Poeta Oscar Limache, leyendo a Romualdo. Puerto de Cerro Azul
Foto: Jonathan Timaná
Ubicado al sur de Lima, Cañete es el escenario ideal para un evento que se viene realizando desde hace tres años gracias a la labor de Erick Sarmiento y el apoyo de la Municipalidad de Cañete: el Festival Extramuros del Mundo, que reúne a un grupo de jóvenes y experimentados poetas y narradores, quienes durante un fin de semana leen para el público, comparten experiencias, conversan con los lectores asistentes a la plaza (es una actividad abierta y eso es lo más interesante) y alumnos de los centros educativos. Este fin de semana no fue la excepción, y a pesar del frío (mucho menor que en Lima, por cierto) todo salió bien. Me gustan mucho los festivales sobre letras, uno siempre termina reencontrándose con amigos lejanos, retoma proyectos olvidados, nacen nuevas ideas y el descanso y la conversa terminan por consolidar aquellas que sólo revoloteaban sin sentido en la cabeza. Tarde de narrativa y noche de poesía con las nuevas voces (algunas quedarán, otras sólo están de paso, inevitablemente) y la exposición fotográfica de Galia Gálvez (interesante retrospectiva sobre su experiencia como periodista gráfica). La muestra de cómic e ilustraciones de Walter Toscano llamó la atención de los asistentes.
Pero detrás de todos estos eventos también hay cosas interesantes (al menos para los que asistimos como ponentes o moderadores o invitados): sonrisas, diversión, conversaciones interminables, camaradería, retornar a eso que el trajín del tiempo y la edad nos arrebata: la oportunidad de estar con los amigos y leer (como hacía mucho tiempo) un poco de buena poesía en la playa (en este caso) para conectarse con el mar.
Caminando por el muelle de Cerro Azul con Alexis Iparraguirre y Oscar Limache (ambos no visitaban el puerto desde hacía más de diez años) fuimos testigos del gran cambio que ha operado en el puerto: desde el derruido final del muelle, carcomido por la sal y el tiempo, ahora se lucen las nuevas barandas y bancas de parque que recibían a una pareja de enamorados que se abrazan no sé si por amor o porque la brisa llega helada desde los farallones. Tarde nublada de domingo donde la poesía llega con cada ola (y no intento ser poético, es simplemente la verdad: el mar, de alguna forma, llega a hipnotizar los sentidos, a embriagarnos con el vaivén de cada onda) y de pronto Oscar busca entre sus cosas (estamos casi llegando al borde del muelle) encuentra un libro (Alexis busca con la mirada los murciélagos que, según dicen, se esconden a lo lejos en los farallones) y empieza a leer con esa voz que hace que las poquísimas personas que yacen apostadas en las barandas mirando el mar, paren la oreja y se sientan parte de unos versos:
A la orilla del mar(*)
Alejandro Romualdo
A la orilla del mar, como a la orilla de tus ojos,
he tendido las redes,
para ti, mi amor.
Durante largas noches de sol y sombra, mientras
el mar giraba, yo cosí las redes
pensando en ti, mi amor.
Hoy, con las primeras luces,
me despertó tu canto,
tu canto de amor.
Temblando fui a la orilla para verte
palpitando en las redes.
Sólo encontré un pez rojo: mi corazón.
Qué solo me encuentro, amor, qué solo me encuentro,
a la orilla del mar, como a la orilla del amor.
Claro, después de un poema de este calibre uno se queda pegado al mar, al splash que inunda los oídos con cada reventazón, a cada movimiento que las olas producen desde siempre. Apoyando en una de las barandas, recordé la primera vez que estuve en Cerro Azul mirando ese mismo mar pero en un muelle derruido: abrazaba a S y le decía cuánto la quería (aún ahora la quiero, tal vez más que antes), y armábamos barquitos de papel que se perdían entre la espuma… La voz de Oscar leyendo un nuevo texto me sacó del ensimismamiento, pero esa emoción revivida en aquel instante aun la llevo dentro. Son cosas que, como “daños colaterales”, nos traen estos festivales dedicados a las letras (un esfuerzo de organización que hay que resaltar), una oportunidad para el reencuentro de tantos amigos, estos encuentros que siempre son inolvidables... hasta el próximo año.
(*)Cuarto mundo (1972)
En: Poesía íntegra (1986)
Lima: Viva Voz, 1986, p. 190
Publicado por Gabriel Rimachi Sialer
Foto: Jonathan Timaná
Ubicado al sur de Lima, Cañete es el escenario ideal para un evento que se viene realizando desde hace tres años gracias a la labor de Erick Sarmiento y el apoyo de la Municipalidad de Cañete: el Festival Extramuros del Mundo, que reúne a un grupo de jóvenes y experimentados poetas y narradores, quienes durante un fin de semana leen para el público, comparten experiencias, conversan con los lectores asistentes a la plaza (es una actividad abierta y eso es lo más interesante) y alumnos de los centros educativos. Este fin de semana no fue la excepción, y a pesar del frío (mucho menor que en Lima, por cierto) todo salió bien. Me gustan mucho los festivales sobre letras, uno siempre termina reencontrándose con amigos lejanos, retoma proyectos olvidados, nacen nuevas ideas y el descanso y la conversa terminan por consolidar aquellas que sólo revoloteaban sin sentido en la cabeza. Tarde de narrativa y noche de poesía con las nuevas voces (algunas quedarán, otras sólo están de paso, inevitablemente) y la exposición fotográfica de Galia Gálvez (interesante retrospectiva sobre su experiencia como periodista gráfica). La muestra de cómic e ilustraciones de Walter Toscano llamó la atención de los asistentes.
Pero detrás de todos estos eventos también hay cosas interesantes (al menos para los que asistimos como ponentes o moderadores o invitados): sonrisas, diversión, conversaciones interminables, camaradería, retornar a eso que el trajín del tiempo y la edad nos arrebata: la oportunidad de estar con los amigos y leer (como hacía mucho tiempo) un poco de buena poesía en la playa (en este caso) para conectarse con el mar.
Caminando por el muelle de Cerro Azul con Alexis Iparraguirre y Oscar Limache (ambos no visitaban el puerto desde hacía más de diez años) fuimos testigos del gran cambio que ha operado en el puerto: desde el derruido final del muelle, carcomido por la sal y el tiempo, ahora se lucen las nuevas barandas y bancas de parque que recibían a una pareja de enamorados que se abrazan no sé si por amor o porque la brisa llega helada desde los farallones. Tarde nublada de domingo donde la poesía llega con cada ola (y no intento ser poético, es simplemente la verdad: el mar, de alguna forma, llega a hipnotizar los sentidos, a embriagarnos con el vaivén de cada onda) y de pronto Oscar busca entre sus cosas (estamos casi llegando al borde del muelle) encuentra un libro (Alexis busca con la mirada los murciélagos que, según dicen, se esconden a lo lejos en los farallones) y empieza a leer con esa voz que hace que las poquísimas personas que yacen apostadas en las barandas mirando el mar, paren la oreja y se sientan parte de unos versos:
A la orilla del mar(*)
Alejandro Romualdo
A la orilla del mar, como a la orilla de tus ojos,
he tendido las redes,
para ti, mi amor.
Durante largas noches de sol y sombra, mientras
el mar giraba, yo cosí las redes
pensando en ti, mi amor.
Hoy, con las primeras luces,
me despertó tu canto,
tu canto de amor.
Temblando fui a la orilla para verte
palpitando en las redes.
Sólo encontré un pez rojo: mi corazón.
Qué solo me encuentro, amor, qué solo me encuentro,
a la orilla del mar, como a la orilla del amor.
Claro, después de un poema de este calibre uno se queda pegado al mar, al splash que inunda los oídos con cada reventazón, a cada movimiento que las olas producen desde siempre. Apoyando en una de las barandas, recordé la primera vez que estuve en Cerro Azul mirando ese mismo mar pero en un muelle derruido: abrazaba a S y le decía cuánto la quería (aún ahora la quiero, tal vez más que antes), y armábamos barquitos de papel que se perdían entre la espuma… La voz de Oscar leyendo un nuevo texto me sacó del ensimismamiento, pero esa emoción revivida en aquel instante aun la llevo dentro. Son cosas que, como “daños colaterales”, nos traen estos festivales dedicados a las letras (un esfuerzo de organización que hay que resaltar), una oportunidad para el reencuentro de tantos amigos, estos encuentros que siempre son inolvidables... hasta el próximo año.
(*)Cuarto mundo (1972)
En: Poesía íntegra (1986)
Lima: Viva Voz, 1986, p. 190
Publicado por Gabriel Rimachi Sialer